Huerta orgánica: espinacas

Conocé las características de este cultivo que se destaca por su alto contenido de hierro

Por Gabriela Escrivá

Cerca del siglo XI, las espinacas fueron introducidas por los árabes desde Asia a Europa, a través de la península ibérica. Si bien, guerras y conflictos demoraron su dispersión y recién en el siglo XVIII lograron atravesar los Pirineos, su delicado sabor alcanzó gran aceptación en Inglaterra, Francia y Holanda, donde comenzó su cultivo con fines comerciales: pocos años más tarde llegaron a América.

Las autoridades sanitarias de EE. UU., en los años 30, se vieron desbordadas por el incremento de casos de anemia ferropénica, enfermedad causada por falta de hierro. Entonces, se inició una campaña para estimular el consumo de alimentos ricos en hierro, de la que participó el autor de Popeye, personaje que al comer espinacas adquiría fuerza sobrehumana. Pero a fines de la misma década, se hizo un estudio bibliográfico para determinar el valor del contenido de hierro del vegetal. Y ahí apareció el error sobre el que se fundaba el mito: se encontró que existía una diferencia significativa en la transcripción de los decimales de la cantidad determinada en un estudio alemán, multiplicando por diez el contenido de hierro. Por lo tanto, la espinaca aporta realmente 2,71 mg de hierro por cada 100 g y no 27,1 mg.

De todos modos, el poder nutritivo de la espinaca radica en su alto contenido de vitaminas y minerales: 100 gramos de esta verdura aportan dos tercios de las necesidades diarias de vitamina A, prácticamente la totalidad del ácido fólico, la mitad de la vitamina C, la cuarta parte del magnesio y el hierro que se precisan por día. Como si fuera poco, aporta calcio, fósforo, azufre, clorofila, oligoelementos, enzimas y fibra. Esta combinación de nutrientes resulta eficaz para potenciar la hematopoyesis o formación de sangre, de ahí que la espinaca sea un reconstituyente idóneo en las anemias.

Para la siembra directa de este cultivo -uno de los más populares y sencillos de esta estación- se rastrilla y alisa bien la tierra. Se puede sembrar al voleo o en líneas separadas 0,20 m entre sí. También permiten la siembra en almácigo para luego trasplantarlas al tablón. En ambos casos, la profundidad de siembra es de 1-2 cm. A las dos semanas de haber nacido las plantitas, se hace un primer raleo, dejando 5-8 cm entre espinacas. Cuando las plantas alcanzan un tamaño adecuado, se puede empezar a cortar las hojas grandes de manera selectiva y seguir cosechando uno o dos meses más. Otra opción es esperar a que lleguen a su máximo desarrollo y cosecharlas enteras. Requieren un riego frecuente y regular y toleran la sombra mejor que las acelgas. Se asocian bien con puerros o con cebollas de verdeo.

Fuente: Nota escrita para Revista Jardín

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